Gaza después de la guerra: retorno a los escombros y una vida que lucha por su supervivencia
En Gaza, la guerra ha concluido oficialmente, pero sus ecos persisten en cada calle destruida. Tras semanas de cese de hostilidades, oleadas de familias desplazadas regresan a vecindarios reducidos a cenizas. No vuelven a hogares tal como los conocían, sino a espacios de destrucción y silencio.
Las personas retornadas cargan poco más que fragmentos de esperanza. A pie o en carretas dañadas, llegan a los lugares que antes fueron sus casas. Sin agua, electricidad ni servicios básicos, buscan entre los escombros una puerta o un muro que les resguarde del frío que se aproxima. Umm Mohammad Hijazi, madre de cinco hijas e hijos, explica por qué volvió a su barrio devastado: “En la escuela -refugio- sufrimos hacinamiento y hambre; aquí sufrimos frío y oscuridad. Pero al menos este lugar es nuestro, aunque no quede nada de él”.
La magnitud del daño habla por sí sola: la mayoría de edificios residenciales están destruidos o gravemente afectados; las carreteras, destrozadas; las redes de agua y alcantarillado, inoperativas; los mercados, en ruinas. Las escuelas funcionan como refugios temporales y los hospitales operan a mínima capacidad tras daños extensos. Para el residente Sameh Karaja, la situación desborda a cualquier autoridad local: “Cientos de miles de personas están sin refugio adecuado, viviendo en tiendas o bajo planchas de metal. La infraestructura ha quedado completamente destruida y la reconstrucción llevará años, no meses”.
Con el invierno, se endurece la crisis humanitaria. Muchas familias carecen de ventanas o paredes que protejan del frío, de mantas o ropa de abrigo. Sarah Semaan, viuda que vive en una tienda junto a su vivienda destruida, relata: “La noche es muy larga y mis hijos tiritan. Todo lo que podemos hacer es abrazarnos para sentir algo de calor”.
El sistema de salud está al borde del colapso: los hospitales funcionan a menos del 30% de su capacidad tras la destrucción de decenas de centros y el agotamiento de suministros médicos. Un médico en un hospital de campaña lo resume así: “Estamos utilizando herramientas improvisadas. Con una aguda escasez de medicamentos, sin equipos de diagnóstico y, a veces, ni siquiera agua limpia. Las enfermedades cutáneas y respiratorias se propagan rápidamente y muchas personas heridas no han recibido tratamiento durante semanas”. La atención se complica por carreteras intransitables y riesgos de seguridad, mientras que quienes viven con enfermedades crónicas -personas con diabetes, hipertensión o afecciones cardiacas- enfrentan un deterioro silencioso por la falta sostenida de medicación.
La economía está prácticamente paralizada. Miles de talleres y fábricas han sido destruidas, comercios cerraron y las fuentes de ingresos desaparecieron. El comerciante Mahyoub Abu Amouna lo expresa con crudeza: “La guerra no dejó nada. Nuestros almacenes se incendiaron, nuestra empresa desapareció y ya no sabemos cómo ganarnos el pan de cada día”. Hoy, más del 80% de la población depende de la ayuda humanitaria que llega de forma intermitente y cubre las necesidades de apenas unos días. Aun así, la gente intenta sostener su vida con medios mínimos, en una escena que encarna las más admirables formas de resiliencia humana.
Se identifican brechas críticas que exigen una respuesta urgente: falta de refugios seguros, escasez aguda de agua potable, colapso del alcantarillado, deterioro de la atención sanitaria y niveles extremos de desempleo y pobreza. Se pide una acción internacional inmediata para activar un plan de reconstrucción de emergencia que incluya provisión de viviendas temporales y habitables antes del invierno, rehabilitación de hospitales y centros de salud con equipamiento y suministros adecuados, proyectos que proporcionen ingresos temporales a las familias, apoyo psicosocial y restablecimiento de redes de agua y electricidad para garantizar lo esencial.
A octubre de 2025, más de 67.000 personas palestinas han muerto, alrededor del 30% menores de 18 años. Se estima en 9.500 el número de personas desaparecidas, incluidas 4.700 mujeres y niñas/niños. Casi el 90% de la Franja presenta daños masivos que afectan viviendas, escuelas, hospitales e infraestructura. Solo 14 de 36 hospitales permanecen operativos y todos reportan graves carencias de medicamentos y equipos. La infancia vive condiciones descritas como “las peores de la historia moderna”, con una vida en suspenso que desafía a la muerte día tras día.
No hay regreso a la normalidad: es un retorno a los escombros y a una existencia en modo supervivencia, sin refugio digno, servicios básicos ni sistemas de salud y medios de vida funcionales. ●
Redacción: PARC (Asociación por el Desarrollo Agrícola), socia local de ACPP
Imagen: Familia regresando a su hogar // UNRWA
